Esa misma noche, Michel reunió a los miembros del grupo alrededor de una fogata, aprovechando un momento de calma para intentar devolver algo de cohesión a los Supervivientes tras los trágicos acontecimientos del pueblo. El cansancio se leía en los rostros, pero la mayoría escuchaba con atención.
—Necesitamos hablar sobre el camino a seguir —comenzó Michel, con un tono medido pero firme—. Les voy a mostrar la dirección que seguimos. No el destino, porque aún no lo conocemos. Pero sí la dirección.
Extendió un viejo mapa de carreteras de Europa sobre una piedra plana, con los bordes desgastados por el tiempo. Los ojos de los Supervivientes se posaron en el trazado complejo de carreteras y ciudades. Michel se?aló un lugar marcado con lápiz rojo.
—Estamos aquí —dijo, tocando una zona al suroeste de Béziers, en Francia—. A unos quince kilómetros de Béziers. Hasta ahora, hemos seguido una dirección clara: hacia el sureste. Y si seguimos más o menos en esa dirección…
Su dedo se deslizó lentamente sobre el mapa, cruzando el Mediterráneo, pasando por Italia, bordeando Roma, hasta se?alar los Balcanes.
—Si prolongamos esta línea recta, llegamos a Estambul.
Un murmullo recorrió el grupo. Algunos parecían perplejos, otros preocupados. Alan permanecía en silencio, observando el mapa sin mucha expresión.
Michel continuó:
—Claro que no podremos seguir esta trayectoria con exactitud. Hay monta?as, mares, zonas demasiado inciertas. Tendremos que tomar rutas más seguras. Pero en general, esa es la dirección.
Hizo una pausa, observando las reacciones.
—?Cuántos días tomará? Es imposible saberlo. No tenemos un destino final. Solo esta dirección. El Faro.
Los rostros alrededor del fuego estaban tensos. Algunos intercambiaban miradas inquietas. La idea de caminar durante semanas, quizás meses, sin saber qué encontrarían al final, no era nada alentadora.
Michel intentó suavizar sus palabras.
—Hemos sobrevivido hasta ahora. Seguiremos haciéndolo. El Faro es nuestra guía. Nos da un sentido, una razón para avanzar.
Rose asintió levemente, pero muchos seguían en silencio.
Alan seguía inmóvil, los ojos fijos en el mapa. Su mente parecía estar en otra parte, lejos de las preocupaciones del grupo. Ya reflexionaba sobre otra opción.
Jennel, sentada cerca de él, no le quitaba los ojos de encima. Notó su falta de entusiasmo, el peso de sus pensamientos reflejado en su rostro. A diferencia de los demás, no parecía convencido por el discurso de Michel.
Cuando la reunión terminó, los Supervivientes se dispersaron en peque?os grupos, conversando en voz baja. Michel enrolló cuidadosamente el mapa y lo guardó en su mochila.
Jennel se acercó a Alan.
—No dijiste nada.
Alan se encogió ligeramente de hombros.
—Porque no estoy seguro de que seguir una línea recta sea la mejor idea.
Jennel sonrió suavemente.
—Estás pensando en otro camino, ?verdad?
Alan asintió.
—Tal vez. Pero por ahora, seguiré. Michel está haciendo un buen trabajo.
Intercambiaron una mirada prolongada, una comprensión silenciosa fluyendo entre ellos.
—Por ahora.
Mientras el grupo comenzaba a organizarse para la noche, Jennel se acercó a Alan, con la mirada más serena de lo habitual.
—Voy a pasar la noche con Rose —anunció simplemente—. En el césped, junto a las halles del pueblo.
Alan alzó una ceja, sorprendido.
—?Por qué?
Jennel esbozó una sonrisa triste.
—Porque ella me traerá la calma y serenidad que necesito. Mi mente sigue siendo un caos.
Alan la miró en silencio, ligeramente decepcionado. No esperaba nada concreto, pero la idea de que quisiera alejarse de él por la noche lo perturbó.
—Necesito reencontrarme —continuó ella—. Dejar atrás mi antiguo comportamiento. Quiero estar contigo, Alan. Quiero tu amor. Pero para eso, primero tengo que soltar lo que me retiene.
Se acercó suavemente y posó una mano ligera en su mejilla.
—No te preocupes. Volveré.
Alan asintió, incapaz de encontrar palabras. Jennel se inclinó ligeramente y le dio un beso suave en la mejilla antes de alejarse en la penumbra.
Alan permaneció inmóvil un buen rato, luego se resignó a instalar su tienda un poco más lejos. Mientras preparaba su campamento, se dejó invadir por los sonidos de la noche.
El murmullo constante de una fuente resonaba en el centro de las halles, su goteo regular mezclándose con los sonidos dispersos del campamento. Voces susurraban a lo lejos, risas suaves se perdían en el aire fresco. Luego, de pronto, algunas notas de guitarra rompieron la monotonía de la noche.
Alan giró la cabeza, sorprendido. La melodía era suave, vacilante, como si quien tocaba aún buscara sus acordes. Se dejó mecer por aquella música inesperada, disfrutando ese raro momento de simple belleza.
Un aleteo lo devolvió a la realidad.
Un cuervo solitario se posó sobre una viga de madera que dominaba las halles. Agitó sus alas negras y brillantes, sus plumas resplandeciendo bajo la luz tenue de la luna. Sus ojos oscuros, casi inquisitivos, se posaron en Alan, como si juzgara al intruso.
El cuervo inclinó ligeramente la cabeza y lanzó un graznido áspero y grave. Parecía ser el último de su especie, un superviviente de un mundo moribundo. Alan lo observó fascinado, preguntándose qué pensaría el ave al contemplar aquel campamento de Supervivientes.
El cuervo batió las alas una última vez antes de desaparecer en la noche silenciosa, perdiéndose entre las sombras de los árboles.
Alan cerró los ojos, dejando que ese momento suspendido impregnara su mente. El mundo seguía girando, a pesar de todo.
JENNEL, 96
Me doy cuenta de que me cuesta describir sentimientos tan intensos.
Hoy maté a una mujer, una mujer que no conocía y que ni siquiera me amenazaba. Es horrible.
?Por qué lo hice?
Iba a perder al hombre que amo.
Ahí está. Está escrito. Lo releo y no me lo creo.
Debería poder gritarlo, pero algo me lo impide.
Esta noche dormiré con Rose, quizás pueda ayudarme a ver más claro.
Pobre Alan, me vio marcharme con ella. Tiene esa mirada perdida que siempre me conmueve.
Es tan dulce... salvo cuando juega al vaquero. A veces le falta sentido común.
A la ma?ana siguiente, Alan salió de la tienda estirándose. La luz suave del sol acariciaba las piedras de las halles, mientras los primeros sonidos del campamento naciente llenaban el aire fresco.
Jennel y Rose lo observaban.
—A este chico le encanta dormir hasta tarde —dijo Rose riendo. Jennel, de pie a su lado, esbozó una sonrisa tímida.
—No me molesta —a?adió, bajando la mirada.
Alan se pasó una mano por el pelo desordenado, sorprendido de verlas ya en pie. Agarró su mochila y sacó sus cosas.
Jennel se acercó a él con suavidad.
—Hoy me tocará patrullar en la retaguardia. Con Ibrahim.
Alan frunció el ce?o.
—Dijiste que no te gustaba estar atrás. ?Por qué?
Jennel le sonrió, con los ojos brillando de picardía.
—Para terminar su formación. Tiene que reemplazarme.
Alan parpadeó, sorprendido.
—?Reemplazarte?
Jennel asintió, con una leve sonrisa en los labios.
—Nada más de retaguardia para mí.
—?Y eso por qué?
Ella dio un paso más, acercándose hasta que sus rostros quedaron casi al mismo nivel.
—Porque quiero estar al frente. Contigo.
Alan sintió su corazón acelerarse. Se quedó en silencio, buscando qué decir.
Jennel le puso una mano en el brazo, un gesto leve, íntimo.
—Contigo, mi corazón —susurró, antes de girarse para unirse a Ibrahim.
Alan se quedó allí, algo perdido.
Se volvió y vio a Rose acercarse, con una sonrisa ligera en el rostro.
—Se la ve diferente —comentó Alan, casi en un murmullo.
Rose se encogió de hombros con una sonrisa pícara.
—Quizá porque anoche pasó el rato reflexionando sobre ustedes dos.
Alan entrecerró los ojos, intrigado.
—?Qué quieres decir?
Rose se apoyó en una pared cercana.
—Jennel me pidió que me quedara con ella esta noche. Necesitaba hablar, poner en orden sus pensamientos. Quería estar segura de lo que siente por ti. Y esta ma?ana, lo tenía claro.
Alan guardó silencio un momento.
—Entonces… ?esa dulzura suya esta ma?ana…?
Rose asintió.
—Quería gritártelo, Alan. Decirte que te ama. Pero necesitaba oír que tenía derecho a hacerlo. Eso fue lo que le dije.
Alan se pasó una mano por la cara, una sonrisa tímida naciendo en sus labios.
—Gracias, Rose.
Ella lo miró, con un brillo travieso en los ojos.
—Sabes que no eres el más viejo del grupo, ?verdad?
Alan alzó una ceja, sorprendido.
—?Perdón?
—Tengo 66 a?os —anunció Rose riendo—. Creo que yo soy la más anciana aquí.
Alan soltó una carcajada.
—Pues no los aparentas.
—Gracias, nanobots —bromeó ella—. Hay que reconocerles eso: todos hemos vuelto a nuestra mejor forma.
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Alan asintió, con una sonrisa divertida.
—?Y los más jóvenes? ?Sabes quiénes son?
El rostro de Rose se ensombreció un poco.
—Hasta donde sé, no hay ni?os ni adolescentes entre los Supervivientes. José es el más joven del grupo, con sus 23 a?os.
Alan frunció el ce?o.
Rose respiró hondo.
—Las mujeres sobrevivientes somos todas estériles. Los nanobots detuvieron los ciclos menstruales. Ninguna ha ovulado desde el ataque.
Alan se quedó inmóvil.
—?Y los hombres?
Rose se encogió de hombros.
—No lo sabemos. Pero sin ni?os, no hay futuro. Y eso, Alan, tal vez sea la peor consecuencia de todo lo que ha pasado.
Poco después, recogió su mochila y se unió a Bob y Johnny.
—?Listo? —preguntó Bob con una sonrisa.
Alan asintió con la cabeza, aunque su mente estaba en otra parte.
La caminata matinal resultó agradable; el grupo avanzaba por una carretera flanqueada por estanques y canales. Peque?os puertos y caba?as de pescadores salpicaban el paisaje. Los criaderos de ostras dibujaban líneas geométricas sobre el agua tranquila, y las residencias turísticas abandonadas se desvanecían poco a poco bajo una vegetación fuera de control.
Alan caminaba junto a Johnny, sorprendido por el inusual silencio del coloso.
Pero no duró mucho.
—Bueno, bueno —soltó Johnny con una sonrisa maliciosa—. Jennel por fin te atrapó, ?eh?
Alan negó con la cabeza, molesto.
—Ves cosas que no existen.
Johnny soltó una carcajada
.—Vamos, no me puedes enga?ar.
Continuó en un tono más bajo, inclinándose ligeramente hacia Alan.
—Te vi mirarla. Y ella también, por cierto. Son como dos críos jugando al escondite.
Alan suspiró.
—Es más complicado que eso.
—Siempre lo es —replicó Johnny encogiéndose de hombros—. Pero da gusto ver a alguien sonreír en este mundo podrido. Aunque sea una sonrisa tímida.
Alan acabó sonriendo, a su pesar.
—Eres insoportable.
Johnny se echó a reír, satisfecho.
—Hago lo que puedo.
El resto de la ma?ana transcurrió con ligereza. Johnny lanzaba chistes malos y daba consejos absurdos que nadie tomaba en serio. Alan, al principio molesto, terminó respondiendo en el mismo tono, encontrando un consuelo inesperado en esa camaradería.
El paisaje, por su parte, seguía siendo fascinante. Caba?as de pescadores de madera corroídas por la sal, redes de pesca abandonadas ondeando al viento. El grupo avanzaba lentamente, pero cada paso los acercaba un poco más al mar.
De pronto, Alan detectó un Espectro: una silueta indistinta, apartada del camino que seguían. Se detuvo un instante, intentando captar más información, pero la presencia desapareció tan rápido como había aparecido. Encogiéndose de hombros, reanudó la marcha.
—?Algo? —preguntó Bob, lanzándole una mirada curiosa.
—Nada importante —respondió Alan, evitando dar detalles innecesarios.
Rose había insistido en que el grupo hiciera un desvío hacia dos supermercados marcados en un viejo mapa. Así que Alan, Bob y Johnny salieron como exploradores para comprobar su estado. El primero, situado tierra adentro, estaba parcialmente derrumbado y saqueado desde hacía tiempo, con un camión incrustado en su fachada.
El segundo, más cercano al mar, parecía más prometedor. Le echaron un vistazo rápido. Las puertas estaban bloqueadas, pero los escaparates intactos dejaban ver estanterías todavía llenas de conservas, botellas de agua y otros productos esenciales.
Rose estaría satisfecha al recibir la noticia.
—Vale la pena el desvío. Volveremos ma?ana por la ma?ana —declaró Bob con energía renovada.
Finalmente, tras horas de marcha, el grupo llegó al mar.
El lugar era magnífico. Una larga playa de arena blanca se extendía hasta donde alcanzaba la vista, bordeada por dunas bajas protegidas por vallas de madera. Las dunas estaban cubiertas de hierbas marinas que se mecían suavemente bajo la brisa marina. El mar esmeralda brillaba bajo el sol, y peque?as olas lamían la orilla.
Pero reinaba el silencio. Ningún grito de aves, ninguna gaviota planeando sobre las aguas. En cuanto a los peces, era imposible saber si aún habitaban ese mar.
No muy lejos de la playa, se alzaba una peque?a residencia vacacional, vacía. Las persianas estaban cerradas, pero la estructura parecía intacta. Unos carteles indicaban los nombres de las habitaciones, las zonas comunes y un peque?o parque infantil abandonado.
—Podemos instalarnos aquí esta noche —propuso Alan—.
Cada uno encontrará una peque?a habitación. Incluso hay un sistema de recolección de agua de lluvia para las duchas. Pero habrá que racionar el agua.
Los miembros de la patrulla exploraron el lugar, cada uno encontrando un espacio donde acomodarse. Alan, por su parte, se sintió atraído por una hilera de peque?as caba?as de madera alineadas a lo largo de la playa.
La mayoría estaban deterioradas, con los techos derrumbados y las ventanas rotas. Pero una de ellas parecía en mejor estado, como si alguien la hubiera mantenido recientemente.
Alan se acercó con cautela, empujó la puerta que crujió ligeramente y entró.
La caba?a era sencilla. Una sola estancia, con paredes de madera sin tratar. Una vieja cama con estructura de metal ocupaba una esquina, sin colchón. Una peque?a mesa tambaleante estaba cubierta de polvo, pero un cenicero antiguo seguía ahí. En la pared colgaba una lámpara de aceite, como esperando ser encendida.
En un rincón, varias ca?as de pescar estaban apoyadas contra la pared, con los sedales enredados. Una cesta de mimbre contenía algunos anzuelos y hilo de repuesto. Alan observó el lugar en silencio, imaginando al antiguo ocupante de aquella caba?a.
Dejó sus cosas sobre la cama, evaluando las mejoras necesarias.
—Servirá —murmuró para sí.
Cuando regresó a la residencia, Johnny lo recibió con una sonrisa maliciosa.
—?Entonces encontraste tu palacio?
Alan se encogió de hombros.
—Una peque?a caba?a en la playa. Un poco rústica, pero me basta.
Johnny soltó una carcajada.
—?Quieres hacerte el Robinson Crusoe?
Alan lo miró fijamente, serio.
—No. Creo que necesitamos hacer una pausa aquí. Un día entero de descanso. Para reencontrarnos. Para disfrutar.
Johnny parpadeó, sorprendido por la firmeza en la voz de Alan.
—?Se lo vas a pedir a Michel?
Alan asintió con la cabeza.
—Sí. Y voy a insistir. Porque todos lo necesitamos.
Alan regresó a la caba?a.
Un viejo cepillo descansaba en un rincón oscuro. Lo tomó y, con una determinación tranquila, comenzó a limpiar el lugar. Barrió los escombros acumulados, desempolvó los muebles y devolvió un poco de orden al espacio. El suelo de madera cruda recobró algo de vida bajo sus movimientos meticulosos.
Una vez terminada la limpieza, fue a la residencia principal y regresó con un colchón que colocó sobre la cama de metal. También encontró una almohada… luego una segunda. Entonces se detuvo, con un dilema naciendo en su mente.
?Debería tomar dos almohadas?
La idea de tener una invitada lo cruzó por la mente. Pero ?no era eso presuntuoso? ?Prematuro?
Alan suspiró y dejó ambas almohadas sobre la cama, con una sonrisa divertida en los labios.
—Ya se verá.
Luego se sentó en la mesa tambaleante, tomando una de las ca?as de pescar. Los hilos enredados le evocaban recuerdos de infancia: tardes junto a los ríos, tratando de desenredar esos mismos nudos.
Se concentró en su tarea, sus dedos ágiles avanzando lentamente entre nudos y torsiones. Después de varios intentos fallidos, finalmente logró salvar una ca?a, con el hilo perfectamente desenrollado.
Una sonrisa satisfecha iluminó su rostro.
Poco después, los otros miembros del grupo llegaron al campamento. Alan interceptó a Michel y lo llevó aparte.
—He estado pensando —comenzó Alan—. Necesitamos una pausa. Un día entero aquí. Para descansar, para relajarnos, para conocernos mejor.
Michel alzó una ceja.
—?Un día perdido en nuestra ruta?
Alan asintió con firmeza.
—Sí. Pero ganaremos mucho más en descanso y moral. Una ruptura en la rutina puede cambiarlo todo.
Michel lo escuchó atentamente, sopesando los argumentos.
—?Sabes qué? Puede que tengas razón. Lo hablaré con los demás.
Alan asintió y se alejó hacia la caba?a. Tomó la ca?a que había reparado y se dirigió a un peque?o embarcadero que se adentraba en el mar.
Se sentó al final del embarcadero, dejando colgar las piernas sobre el agua. Lanzó el sedal al mar esmeralda, sin cebo.
No esperaba pescar nada
.Era el gesto lo que importaba
.Allí, solo frente al mar, dejó que sus pensamientos vagaran, arrullado por el suave chapoteo de las olas contra los pilares de madera. El silencio, por una vez, resultaba reconfortante.
Desde el extremo del embarcadero, Alan divisó a lo lejos a la patrulla liderada por Jennel que regresaba al campamento. Distinguió las siluetas, y en particular la de Jennel, que avanzaba con paso enérgico.
Se organizó una peque?a reunión en torno a Michel. Los miembros del grupo conversaban, pero Alan no escuchaba las palabras. Observaba con atención, curioso por el desarrollo de los acontecimientos.
Entonces vio a Jennel separarse del grupo y correr hacia él.
Llevaba un top blanco en parte de encaje, que dejaba ver sus hombros, y una falda larga en tonos anaranjados y amarillos que danzaba a cada paso. El contraste con la luz brillante del mar era deslumbrante.
Alan desvió ligeramente la mirada, fingiendo no haberla visto. Sin embargo, sintió su corazón acelerarse.
Jennel no fue enga?ada. Redujo la marcha al acercarse, sin aliento pero radiante.
—?Nos ganaste un día de vacaciones! —exclamó, con una gran sonrisa iluminando su rostro.
Alan se encogió de hombros, con aire modesto.
—No me pareció mala idea.
Jennel lo miró con diversión.
—?Estás pescando?
Alan se?aló la ca?a plantada frente a él.
—En realidad, no tiene cebo.
Jennel soltó una carcajada, un sonido cristalino que rompió el silencio circundante.
—?Estás loco!
Alan la miró a los ojos, con una sonrisa suave en los labios.
—Por ti.
Sin decir más, Jennel se acercó, rodeó sus brazos en torno a él y lo besó largamente. Alan sintió que todo su ser se relajaba bajo ese gesto, el mundo desvaneciéndose un instante.
Unos gritos desde la playa los devolvieron a la realidad.
Jennel y Alan se levantaron lentamente. Sin soltarse, entrelazaron sus dedos y caminaron hacia la playa.
Pero Alan notó una leve vacilación en la joven cuando pasaron cerca de la caba?a.
Giró la cabeza hacia ella, buscando una explicación. Jennel bajó la mirada un instante, luego alzó los ojos, encontrando los suyos.
Alan apretó suavemente su mano.
No había preocupación en su mirada. Solo una tranquila certeza.
Alan volvía de hablar con Michel sobre la seguridad del campamento. Le había asegurado que no había intrusos cerca, que todo estaba en calma. Pero Michel no había dicho nada sobre el día siguiente: simplemente había tomado nota.
El ambiente general, sin embargo, era de relajación. Física y mental. Los miembros del grupo disfrutaban del aire marino, de una rara sensación de paz. Rose, en particular, se afanaba en organizar su expedición al supermercado para la ma?ana siguiente. Reclutaba a casi todos con un entusiasmo contagioso.
—Traeremos todo lo que podamos. ?Y por la tarde, hará falta pastel! —exclamó, con chispas en los ojos—. ?Si encontramos cómo hacerlo, claro!
La simple idea de dulces pareció avivar aún más la energía del grupo. Johnny bromeó sobre sus supuestos talentos de pastelero, provocando algunas risas a su alrededor.
Luego surgió el tema de la música.
José, un hombre discreto hasta entonces, recordó que tenía una guitarra con él. La sacó de su mochila, algo desgastada pero todavía perfectamente afinada. Rozó las cuerdas, produciendo un sonido melódico que atrajo la atención de todos.
—?Algún voluntario para cantar? —preguntó con una sonrisa alentadora.
El silencio que siguió fue elocuente.
Jennel se volvió hacia Alan, una sonrisa traviesa en los labios.
—?Quieres cantar tú? —le preguntó, con los ojos chispeando de reto.
Alan dio un paso atrás, con las manos levantadas como escudo.
—Oh, no. Definitivamente no.
Jennel estalló en carcajadas ante su reacción casi desesperada.
Entonces Rose, siempre lista para animar el ambiente, intervino con su habitual exuberancia.
—?Tenemos una verdadera cantante entre nosotros! ?Una solista de coro!
Su mirada se posó en Jennel.
Esta intentó ocultarse detrás de Alan, el rubor subiéndole a las mejillas.
—?Jennel! —exclamó Rose entusiasmada—. ?Una cancioncita ma?ana? ?Por favor!
Jennel, visiblemente incómoda, se escondió contra Alan, quien instintivamente apoyó una mano protectora en su hombro.
Murmuró, apenas audible:
—Ya veremos.
Alan sintió que su corazón se ablandaba ante esa escena. Jennel, siempre fuerte y decidida, dejaba entrever una faceta más vulnerable de sí misma.
El momento fue breve, pero precioso.
La noche se alargó hasta bien entrada la madrugada. Uno a uno, fueron yéndose a dormir, y las risas y susurros se apagaron poco a poco. Jennel encontró refugio en una de las habitaciones de la residencia, una cama de verdad por primera vez en semanas. Alan, por su parte, regresó a su caba?a, disfrutando de la relativa soledad que le ofrecía.
Tumbado sobre el colchón que había traído desde la residencia, cerró los ojos, arrullado por el sonido regular del oleaje. Su mente vagó, y por un instante se imaginó en una villa junto al mar. Pero la imagen ideal se desvaneció rápidamente cuando recordó que estaba solo.
—Ya se verá —murmuró de nuevo para sí mismo.
El sue?o no llegó hasta bien entrada la noche, cuando por fin dejó de dar vueltas a sus pensamientos.
A la ma?ana siguiente, sin embargo, no hubo lugar para dormir hasta tarde.
Rose, despierta al amanecer, ya había empezado a organizar su expedición al supermercado. Reunía a sus equipos, decidida a maximizar los viajes para traer la mayor cantidad de provisiones posible.
—?No sabemos cuándo volveremos a tener una oportunidad así! —proclamaba mientras iba de grupo en grupo, con una lista en mano—. ?Llevaremos todo lo que se conserve, y esta tarde cocinamos!
Alan, apenas despierto, se unió al grupo principal. Buscó a Jennel con la mirada, pero ella ya estaba ocupada cargando sacos y cestas sobre un viejo carrito.
No había tiempo para estar juntos.
Rose estaba implacable, dando órdenes con una autoridad natural.
Jennel cruzó brevemente la mirada con Alan y le dedicó una sonrisa ligera, pero enseguida se alejó, arrastrada por la energía arrolladora de Rose.
Alan suspiró, divertido por la situación. Le habría gustado pasar tiempo con Jennel, pero sabía que esa ma?ana estaba destinada a otro tipo de colaboración: el abastecimiento.
La tarde transcurrió bajo el signo del descanso, como había prometido Rose. La recolección de la ma?ana en el supermercado había sido fructífera, y la idea de preparar pasteles para todos se convirtió en prioridad absoluta.
Rose, siempre llena de energía, organizó un taller de repostería improvisado. Con los medios disponibles y sin electricidad, se las ingeniaron para preparar varias delicias.
Pero las dificultades no tardaron en aparecer.
La preparación de unas tortas de maíz doradas en la sartén comenzó con una mala sorpresa: una de las sartenes recuperadas en el supermercado tenía un agujero. Tuvieron que improvisar un soporte con piedras planas calentadas al fuego, lo que ralentizó bastante la cocción.
—Vamos a estar aquí hasta ma?ana si seguimos así —gru?ó Johnny, removiendo la masa.
Rose, imperturbable, respondió con una sonrisa:
—Paciencia, grandullón. El resultado vale la pena.
Las galletas de mantequilla necesitaron varios intentos antes de conseguir una masa que no se pegara a los dedos. Alan, observando desde lejos, se sorprendió sonriendo al ver a Jennel luchar con un rodillo improvisado, usando una botella vacía.
—?Quieres un martillo también? —bromeó.
Jennel le sacó la lengua, divertida.
El punto culminante de la tarde fue el intento de hacer una tarta de frutos secos. Pero los dátiles y nueces encontrados en el supermercado estaban pegajosos y difíciles de manipular.
—?Qué es esto? —exclamó José, sosteniendo un pu?ado de dátiles que parecían haberse fusionado.
—Pegamento natural de alta resistencia —bromeó Johnny, provocando carcajadas entre todos.
Una vez listas y probadas las dulzuras, la tarde continuó con actividades más lúdicas.
Se organizó un partido de fútbol en la playa, con equipos improvisados que mezclaban hombres y mujeres. El juego fue caótico, marcado por risas y caídas espectaculares.
—?Johnny, deja de jugar como una apisonadora! —gritó Rose después de que el coloso mandara a Yann al suelo.
El partido de vóley que siguió fue aún más animado. Las chicas, lideradas por Rose y Jennel, derrotaron rotundamente a los chicos.
—No los volveremos a ver jamás, su orgullo está enterrado en alguna parte de la arena —bromeó Jennel, chocando las manos con sus compa?eras.
Un intento de hacer volar una cometa fabricada con bolsas de plástico fracasó estrepitosamente.
—Creo que sirve más para pescar que para volar —observó Alan, viendo cómo la cometa se estrellaba por enésima vez contra la arena.
Johnny, fiel a sí mismo, terminó el día con un ba?o forzado.
—?Al agua! —gritó Rose, empujando a Johnny a las olas.
Salió empapado pero muerto de risa, sacudiendo el pelo como un perro mojado.
Muchos disfrutaron de un ba?o en el mar, otros del beneficio del sol en la playa.