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No ha terminado

  La puerta de la habitación se abrió con un suave chirrido, y Rishia entró acompa?ada de la Reina Melty, sintiéndose un poco más ligera después de la cena. El aire allí dentro era cálido y acogedor, impregnado de un leve aroma a madera pulida y flores secas. Todo estaba tal como ella lo recordaba: la gran cama adornada con mantas de tonos suaves, los muebles elegantes decorados con peque?os objetos que Rishia había elegido personalmente, y las amplias ventanas que, en aquel momento, dejaban pasar la tenue luz plateada de la luna pero estaban totalmente cerradas.

  Sin embargo, tras su tiempo en el reino humano, aquel cuarto que siempre había considerado suyo se sentía más precioso que nunca. Era como si cada rincón, cada peque?o detalle, se hubiese convertido en un refugio que ahora valoraba aún más profundamente.

  Melty la observó en silencio mientras Rishia se sentaba sobre la cama, hundiendo ligeramente su peque?o cuerpo en el colchón mullido.

  —?Tienes sue?o? —preguntó la reina en voz baja, cuidando no perturbar la paz del momento.

  Rishia asintió, soltando un bostezo que no pudo contener.

  —Sí… —murmuró—. No pude dormir nada allá.

  Melty comprendió de inmediato. Su pecho se oprimió ante la idea de todo lo que Rishia había soportado en ese lugar. Era natural que no hubiera encontrado descanso; era un milagro que siguiera sonriendo siquiera. Hizo un esfuerzo consciente por mantener su expresión serena, ocultando la angustia que hervía bajo la superficie, y le dedicó una sonrisa llena de ternura.

  —Te entiendo. Ma?ana deberías descansar. No te preocupes por nada más.

  Pero, para sorpresa de Melty, Rishia negó con la cabeza de inmediato, con la obstinación que le era tan característica.

  —No —replicó con firmeza—. Quiero entrenar con Gara. Como siempre.

  Por un momento, Melty no supo si sentirse aliviada o aún más preocupada. Admiraba la fortaleza de Rishia, la determinación con la que se aferraba a su vida normal, a su rutina. Pero también intuía que detrás de esa voluntad férrea se escondía el miedo, la tristeza, y las heridas que aún no se atrevía a mostrar.

  —Está bien —cedió finalmente, con una sonrisa que ocultaba su inquietud—. Si eso es lo que quieres, te apoyaré.

  Melty le dirigió una última mirada cálida antes de girarse para salir, pero un débil llamado la detuvo en seco.

  —Melty...

  La reina se volvió, extra?ada. Rishia la miraba desde la cama, con una expresión inusualmente vulnerable. Sus ojos, normalmente vivaces y llenos de coraje, mostraban ahora una fragilidad conmovedora.

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  —?Puedo… darte un abrazo?

  Por un instante, Melty no pudo responder. Rishia nunca había rechazado un abrazo antes, pero que lo pidiera así, de manera tan explícita, era otra cosa. Era un grito silencioso que atravesaba las barreras de su habitual valentía.

  Sin dudarlo un segundo más, Melty cruzó la habitación en unas pocas zancadas, se sentó al borde de la cama y la rodeó con los brazos, atrayéndola hacia su pecho con fuerza.

  —Nunca voy a dejar que te hagan da?o otra vez —susurró junto a su oído—. No permitiré que te separen de mi lado de nuevo.

  Rishia se aferró a ella con un peque?o sollozo ahogado, enterrando el rostro en su hombro.

  —Eso me hace feliz... —murmuró, con la voz te?ida de alivio.

  Melty cerró los ojos, conteniendo la emoción que amenazaba con desbordarse. La sostuvo durante unos instantes más, acariciando su cabello con dedos temblorosos, hasta que sintió que Rishia comenzaba a relajarse en sus brazos.

  —Duerme bien —dijo finalmente, apartándose con suavidad.

  Rishia sonrió débilmente.

  —Lo haré.

  Melty le devolvió la sonrisa, apagó la luz con un suave movimiento de la mano y salió, cerrando la puerta tras de sí.

  La tenue iluminación del laboratorio de Ching proyectaba largas sombras sobre las paredes, dándole al lugar un aspecto casi fantasmal. Melty empujó la pesada puerta de roble y entró en silencio, encontrando a Gara ya presente, de pie junto a una mesa de trabajo. La mujer tenía los brazos cruzados sobre el pecho y el rostro sombrío. Ching, por su parte, se encontraba inclinada sobre la mesa, ajustando unos lentes especiales mientras examinaba con suma atención el objeto que reposaba bajo la lupa: el collar de Rishia.

  Melty se acercó sin rodeos.

  —?Encontraste algo? —preguntó con voz baja pero tensa.

  Ching no apartó la vista del objeto mientras respondía:

  —Sí. —Levantó finalmente la cabeza y la miró con gravedad—. Tiene un micrófono oculto.

  El ambiente en la sala pareció endurecerse al instante. Gara apretó los pu?os con fuerza, sus nudillos volviéndose blancos. Sus ojos centellearon con una furia apenas contenida.

  —?Así que… usaron a una ni?a para espiar a Rishia? —gru?ó, con una voz cargada de veneno—. No... esto aún no ha terminado.

  Melty sintió un estremecimiento recorrer su espalda. Era peor de lo que había temido.

  Si los humanos habían colocado un micrófono en el regalo de Rishia, significaba que todavía la consideraban suya de algún modo. Que no planeaban dejarla libre tan fácilmente.

  Ching, siempre prudente, alzó una mano.

  —Puede haber otra explicación —dijo, aunque su tono era claramente cauteloso—. Es posible que los oficiales del ejército humano usen estos dispositivos para monitorear a sus soldados... y que la ni?a que se lo dio a Rishia ni siquiera lo supiera.

  Melty bajó la mirada, meditando esas palabras.

  Quería creerlo. Quería pensar que Sonohara no había tenido intenciones ocultas, que había sido simplemente una amiga inocente en medio del infierno.

  —Es una posibilidad —admitió en voz baja—. Pero… no podemos darnos el lujo de bajar la guardia.

  Gara bufó, furiosa.

  —Me da igual si lo sabía o no —dijo, con el rostro endurecido como el acero—. No pienso confiar en ninguno de ellos.

  —Sus ojos, duros y brillantes, dejaron claro que no permitiría ninguna grieta en su determinación—. No volverán a ponerle un dedo encima a Rishia. Jamás.

  Melty y Ching se miraron por un instante, compartiendo la misma inquietud muda.

  La sensación de peligro seguía latente, vibrando en el aire como una cuerda tensa.

  Porque, aunque Rishia hubiera vuelto a casa…

  Aunque estuviera a salvo, arropada entre quienes la amaban…

  Los humanos aún no la habían soltado.

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